El lado oscuro de las muñecas Barbie: psicósis, depravación y decadencia


Un par de proyectos artísticos dejan al descubierto el lado oscuro de Barbie: asesinatos seriales, infidelidad y alcoholismo, son algunos de los elementos que envuelven en sombras a la muñeca más popular de las últimas décadas.

muñeca barbie protagoniza escena de sexo

It’s called the American dream because you have to be asleep to believe it George Carlin

Corría el año de 1959. Miles Davis grababa su mítico álbum Kind of Blue, Fidel Castro tomaba las riendas de Cuba, el Dalai Lama inauguraba su largo exilio de tierras tibetanas, Hawai se convertía en la entidad 50 de Estados Unidos y salía al mercado la primera Barbie. Diseñada por Ruth Handler para la marca Mattel, la muñeca recibió su nombre en honor a Barbara, la hija de su creadora. Y a pesar de que los ejecutivos de la línea infantil de juguetes se mostraron un tanto escépticos ante la idea de lanzar al mercado una muñeca con cuerpo adulto, y que tras su lanzamiento escandalizó a las madres de muchas niñas, la Barbie, cobijada por una de las primeras estrategias de marketing que se aplicaron a un juguete, no tardaría en popularizarse entre cientos de miles de niñas alrededor de Estados Unidos y eventualmente en decenas de países.
Con el paso de los años Barbie —además de ser, tal vez, el juguete más popular del planeta— se consagraría como un ícono de la cultura infantil de Occidente, un símbolo en el cual convergen la inocencia, la frivolidad y la aspiración. El esbelto cuerpo, los pechos siempre firmes, la ausencia de genitales y su cabello predominantemente lacio y rubio encarnarían el sueño de millones de niñas que, cuando creciesen, deseaban tener un cuerpo así, “como el de la Barbie” —esto a pesar de que se ha comprobado que las proporciones de la muñeca serían algo grotesco si se llevasen a una persona real. 

Posteriormente, con la consagración del consumismo como religión y del marketing como una especie de escritura sagrada que decodifica la voz de la divinidad, así como de nuevas modas en torno al cuerpo humano, especialmente el femenino, la Barbie encontraría tierras fértiles para sembrar su reinado dentro de la cultura pop infantil: bonita, cuerpo “perfecto”, rodeada de amigas y accesorios —incluidos vistosos coches deportivos o mansiones. Obviamente, para complementar su mundo rosa, no podía faltar Ken, su contraparte masculina, un novio caucásico, casualmente fornido, siempre sonriente, con dentadura blanca y peinado eterno. Incluso terminaría representando el lado artificialmente sexy del sueño americano. Y si tomamos en cuenta que el tan coqueto cuanto inaccesible estilo de vida de Barbie se convertiría en una guía de existencia para sus propietarias, aquellas niñas que estaban en proceso de formar una identidad y que estaban ávidas de incluir en su vida referencias para orientar sus sueños, entonces podemos fácilmente imaginar los efectos poco deseables que Barbie ha aportado a la infancia de varias generaciones.   
Así que a continuación, y a manera de un antídoto ontológico-cultural para contrarrestar los efectos de la Barbiesación de nuestros niños, recorreremos un par de estas iniciativas, las cuales quizá sería pertinente mostrárselas a nuestras hijas, hermanas pequeñas, sobrinas, etc., con el fin de realizar un experimento didáctico, aunque cabe aclarar que mi condición es muy lejana a la pedagogía y probablemente la sugerencia anterior deba asumirse solo como una broma, no lo sé.
Probablemente por lo anterior, tanto por la eufórica popularidad que ha generado esta muñeca como por los cuestionables efectos de su existencia, es que la Barbie ha sido objeto de múltiples proyectos artísticos, particularmente fotográficos, en los que se le utiliza como protagonista de entornos opuestos a la rosada irrealidad que propone el  marketing que promueve este producto. 

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